Recientemente nos reuníamos con Manuel Vázquez Abeledo, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias y experto en Física Solar. Hablamos con el científico sobre un asunto que parece inquietar a la opinión pública: el de la tan temida tormenta solar.
Ya sabemos como se ha elaborado en gran medida esta historia al relacionarla intencionadamente con el fin del famoso ciclo maya, previsto para el 23 de diciembre de 2012, según la interpretación más extendida. La casualidad ha querido que precisamente para esas fechas, sea altamente probable que el Sol sufra un pico en su actividad y pueda provocar una tormenta solar que provocaría el fin del mundo, a juicio de los exégetas más apocalípticos de las profecías mayas.
El fin del mundo, según el desolador informe encargado por NASA a la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, consistiría en meses o años en los que gran parte del planeta podría verse desabastecido de energía eléctrica (debido a que los transformadores de las centrales energéticas se quemarían), habría millones de muertos y el mundo regresaría a la Edad Media.
Como aclara el astrofísico, "si tal cosa ocurriera, no sería debido a una tormenta solar". De esta manera, Vázquez desvía el problema en otra dirección, apuntando a la fuerte dependencia que hemos desarrollado a las nuevas tecnologías, en particular en la última década. El experto aclara ciertamente que nuestros satélites podrían quedar fuera de servicio al ser impactados por una ola de partículas cargadas eléctricamente provenientes del sol. Nos podemos imaginar las consecuencias que tendría este suceso en nuestras vidas cotidianas. Podríamos quedarnos sin telefonía móvil y los modernos sistemas de navegación vía GPS dejarían de funcionar. Estas tecnologías no sólo tienen una gran importancia en el día a día de cada persona sino que tiene grandes implicaciones en las comunicaciones internacionales, en la seguridad y en la navegación aérea.
El hecho de que el perjuicio más probable sea el de unas pérdidas económicas millonarias (los daños serían costosísimos) ha hecho que se estén desarrollando sistemas de alerta cada vez más eficaces.
Vázquez nos aporta la clave del problema: “Nuestra sociedad se ha vuelto muy sensible a estos problemas. En el siglo XIX no pasaba nada con estas tormentas. Ahora ocurre que dependemos de estos medios espaciales. Somos más sensibles a estos problemas y eso que este ciclo no se prevé especialmente intenso".
Ya sabemos como se ha elaborado en gran medida esta historia al relacionarla intencionadamente con el fin del famoso ciclo maya, previsto para el 23 de diciembre de 2012, según la interpretación más extendida. La casualidad ha querido que precisamente para esas fechas, sea altamente probable que el Sol sufra un pico en su actividad y pueda provocar una tormenta solar que provocaría el fin del mundo, a juicio de los exégetas más apocalípticos de las profecías mayas.
El fin del mundo, según el desolador informe encargado por NASA a la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, consistiría en meses o años en los que gran parte del planeta podría verse desabastecido de energía eléctrica (debido a que los transformadores de las centrales energéticas se quemarían), habría millones de muertos y el mundo regresaría a la Edad Media.
Como aclara el astrofísico, "si tal cosa ocurriera, no sería debido a una tormenta solar". De esta manera, Vázquez desvía el problema en otra dirección, apuntando a la fuerte dependencia que hemos desarrollado a las nuevas tecnologías, en particular en la última década. El experto aclara ciertamente que nuestros satélites podrían quedar fuera de servicio al ser impactados por una ola de partículas cargadas eléctricamente provenientes del sol. Nos podemos imaginar las consecuencias que tendría este suceso en nuestras vidas cotidianas. Podríamos quedarnos sin telefonía móvil y los modernos sistemas de navegación vía GPS dejarían de funcionar. Estas tecnologías no sólo tienen una gran importancia en el día a día de cada persona sino que tiene grandes implicaciones en las comunicaciones internacionales, en la seguridad y en la navegación aérea.
El hecho de que el perjuicio más probable sea el de unas pérdidas económicas millonarias (los daños serían costosísimos) ha hecho que se estén desarrollando sistemas de alerta cada vez más eficaces.
Vázquez nos aporta la clave del problema: “Nuestra sociedad se ha vuelto muy sensible a estos problemas. En el siglo XIX no pasaba nada con estas tormentas. Ahora ocurre que dependemos de estos medios espaciales. Somos más sensibles a estos problemas y eso que este ciclo no se prevé especialmente intenso".
Por otro lado, siempre me llama la atención lo polarizado que están los debates en torno a cuestiones de gran alcance como la que nos ocupa. Es el síndrome del "todo o nada". Cierto es que muchos exageran el problema hablando de millones de muertos e incluso de profecías. Pero no es menos llamativa la postura contraria que tacha de "chorrada", tal y como he podido oir recientemente en una emisora de radio de ámbito nacional, lo que pueda ocurrir con el Sol en los próximos dos años. Pienso que a la gente le cuesta mucho adquirir una dimensión justa del problema (esto exige investigar e informarse) y prefiere acomodarse en los extremos o, simplemente, tomar las opiniones prestadas de otros que aparentan ser voces autorizadas. En un medio como internet donde todo el mundo emite juicios y a todo el mundo se le escucha, este problema se multiplica.
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